Continuamos presentando pasajes de la vida de nuestro padre seráfico
Hoy les traemos el beso al leproso.
un día en que iba por el camino hacia Foligno, rezando y meditando, de pronto su caballo se detuvo con una brusca sacudida. Allí en el camino había un horroroso enfermo de lepra que extendía hacia él sus manos carcomidas, pidiendo una limosna. El primer impulso de Francisco fue salir huyendo. Su sangre se le encrespó y el asco le llegaba hasta el cuello ahogándolo.
Pero en aquel momento recordó las palbras de Jesús "Todo el bien que hacéis a los demás, aunque sea el más humilde, a Mí me lo hacéis". Y le vinieron muy claras a su memoria las palabras aídas poco antes en la oración: Tienes que empezar a amar lo que va contra tu sensualidad y que te produce asco y antipatía. Yo haré que empieces a sentir verdadero gusto por lo que va contra tu sensualidad".
Y dominándose a sí mismo saltó del caballo. Se acercó al leproso, lo saludó cariñosamente y colocando una limosna en su mano carcomida, lo tomó entre sus brazos y lo besó con fuerza una y otra vez, y enseguida besó también aquellas manos destruidas por la enfermedad. Y diciéndole cariñosamente: "Dios sea cintigo, que el Señor te acompañe", subó de nuevo a su caballlo y se alejó. Cuando Francisco volteo a ver por donde andaba ya no estaba. El leproso desaparecio y Francisco había superado la prueba. ¡Bendito sea Dios!
Estaba emocionadísimo; su corazón palpitaba muy fuertemente y ni siquiera se daba cuenta por dónde estaba viajando. Y en ese momento empezaron a cumplirse en él, las palabras del Señor: "haré que empieces a sentir gusto por lo que va contra tu sensualidad". Empezó a sentir una dicha y una dulzura tan grandes que le parecía que la felicidad inundaba totalmente todo su ser. Jamás había creído sentir tanta felicidad aquí en la tierra. La dulzura de todas las mieles de la tierra no era tan agradable como aquello que sentía en su alma, y los perfumes de todas las flores no alcanzaban a proporcionarle un aroma tan agradable como el que sentía en su corazón. Aquello le parecía un éxtasis, un gozo de paraíso.
Años después, cuando ya esté moribundo dirá: "En aquel tiempo sentí la mayor dulzura en el alma y en el cuerpo". Fue aquel día grande para todsa su vida y siempre lo consideró después como un decisivo hacia su conversión.
Al día siguiente se fue a visitar el hospital de leprosos que se llamaba "San Salvador" y allí cariñosamente dando una limosna a cada uno de esos enfermos tan abandonados y tan llenos de llagas, y a cada uno lo saludó besándole cariñosamente sus manos carcomidas por la enfermedad. A los pobrs enfermos les parecía un sueño el que el hijo rico negociante de la ciudad viniera a estarse con ellos como un cariñoso hermano.
Así lograba Francisco la más difícil victoria, que consiste en vencerse a sí mismo. Ahora se cumplirá en él lo que dice el Libro de los Proverbios: "El que se domina a sí mismo, vale más que el que domina una ciudad".
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